Esa telúrica ternura con la cual Alí Primera entonaba sus canciones, sus discursos de trueno en todos los actos, no ha caído jamás en los rincones perdidos del olvido.
La palabra la acompañaba con la práctica, tal vez una de sus principales enseñanzas, por eso, ante una de nuestras interrogantes respondió:
“Yo no me autodefino como revolucionario, prefiero que mi conducta me defina como tal”.
Y lo reafirmaba en La noche del jabalí, un hermoso poema construido sobre las aún abiertas heridas del pueblo haitiano, cuando después de preguntarse que estábamos haciendo, más allá de lo retórico, sentenciaba: “la palabra sin los pasos es una palabra muerta”.
“El canto no gana batallas -nos dijo en otra oportunidad-, pero ayuda a formar los batallones”, para lo cual, necesariamente, también había que llevarlo a la práctica.
Predestinado al fin, a fines de 1982, respondió a otra de nuestras inquietudes:
“Yo digo como Carmelo Laborit: estoy seguro de que mis ojos abuelos habrán de ver la Patria liberada”, con todas las convicciones que siempre encontraban los caminos de la ternura envuelta en el combate por la vida.
Solidario intraficable, jamás vendió su canto, fueron muchas sus lecciones, como cuando nos dijo: “me bendice Dios y me orientan Bolívar y Marx”.
Hoy sigue por aquí, vigente, en sus juveniles 82 años