Sin duda hay hambre de Dios ¡Mucha hambre! Quizás porque buscamos su alimento
afuera. Entonces mendigamos al vecino un trozo de pan, cuando tenemos en casa una
mesa repleta de ricos manjares y agua fresca.
Ya lo dicen los maestros: “Todo está envuelto, impregnado y saturado por ÉL”. -el Dios
de nuestro corazón está adentro- al punto de que cada cosa en el planeta se conforma
de sustancia divina. En este sentido se diluye toda duda: Somos DIOS.
¿Somos Dios? ¡Sacrilegio! Gritan algunos…
Otros se acercan para preguntar:
¿Cómo es posible que siendo humano soy divino?
No hay diferencia, les digo. Humano y divino ES una sola esencia. Sin embargo,
creemos –creemos- en el Dios de afuera, sentado en su Trono Pétreo para juzgar y
condenar. Un Dios separado del hombre.
Pero somos uno –UNO con todo- Y esto tiene un gran significado porque ya no es la
creencia que divide, sino la experiencia que integra. Así que experimento a Dios, al
Dios que Soy, al Dios que Somos y desde esa gran consciencia dejo ver un corazón
limpio, presto al servicio, a la ternura, a la paz. Un corazón que ya no ve a Dios en cada
cosa, sino que ve cada cosa desde Dios.
En este sentido es fácil comprender, más bien vivir, aquella hermosa oración que
comienza diciendo “Que cada alma con la que yo tenga contacto pueda sentir tu
presencia en mí. Que cuando me vean te vean a ti, Padre amado. Que cuando te vean sea
yo. Que se revele siempre nuestra unión infinita y podamos desde el UNO transformar
el mundo”.
Así que te invito a reconocer al Dios que habita en ti, para vivirlo conscientemente
y revelarlo en cada instante de tu vida. De esa forma nunca más tendrás hambre
de ÉL.
Por Ricardo Latouche Reyes.